martes, 30 de agosto de 2016

Para el amor no hay escuela



Desde la sonora inmaterialidad
Viene el cuerpo a estremecerse
Con recuerdos inmóviles en la piel
Que antaño fraguaban ilusión.
El cariño, partículas prestadas
Contiene la ausencia del aprecio
Y arroja los deseos al abismo.

Las terribles ansias de volver a amar
Frente a una pared blanca sin angustia,
Arriesgar la vida en un pálpito
Pesadas épocas que marchan sobre el cuerpo
Bajo los influjos de la luz estrangulada,
Cariñitos que renuncian a menguar
Aunque la tristeza por dentro los traicione.

No hay más bestia que la domada
Entre sábanas limpias y apetito feroz,
Conforme a la propina insatisfecha
De los amores que se enfrían sobre la mesa.
Como tropel incontenible de sostenes
Cuando ligero se nos va el tren
Y la inquietud jamás envejece.

Estrangular la luz es vivir a solas,
Admitir una deliberada mutación 
Con bravura en los síntomas declive,
traidor espíritu el que mata sus deseos
Mientras la noche parece más honda.



Eloísa Lavela

    

jueves, 4 de agosto de 2016

Conjuro para una siembra de lombrices


Madre inferior de mandíbulas abiertas,
A ti está dirigido este profuso canto
Para que intercedas y contemples
A las hijas de la noche desprotegidas. 
He aquí tierra para nutrirnos,
Suficiente para dar a luz nuestra colonia.
Desecho que tienes por alimento,
Dirigido a las profundidades robustas
Donde enverdecen semillas turquesa.
También las flores respiran
Cuando bañas sus raíces de nuevo.
Niñas del oro que limpian las sombras,
Madres fecundas en la noche aciaga.
He aquí nuestro primer contacto
Venimos acarreando los aguaceros,
Regamos suficientes por el camino,
Para la piel desnuda el mejor de los néctares.
Vibren con la danza del granizo
Ondulen en gargantas del misterio.
Reviren adentro, en el Tlalocan, para enverdecer
Las faldas con que nacieron los cerros.
Una cueva es nuestra colonia, de allí el calor que las embriaga,
A través de esta tierra descendemos
Dejando tatuadas huellas de esfuerzo:
Túneles más túneles, debajo de plantíos y jardines,
Huertos de comida hasta entonces desconocida,
Árboles frutales donde renace la calma de los desdichados,
Temerarios cultivos que florecen en secreto.
De la inmundicia el primer alimento:
Sientan cómo vibra nuestra sangre, va a llover a cantaros.
Hijas de la noche eterna, cuando escuchemos sus himnos
Hasta entonces en silencio.
Hijas del destello obsidiana,
Henos aquí esperando la doble-mente comida
Esta sepultura que da a luz nuestros esfuerzos
Cavidades de madre subterránea, madre inferior
Que nos aguardas con las mandíbulas abiertas,
Aquí te presentamos a tus hijas, resguárdalas en tu seno,
Ellas son pequeñas y débiles, fortalécelas en el Tlalocan,
Límpiales los ojos por los que no ven,
Límpiales el cuerpo por el que no respiran,
Abrázalas con rezos que ni siquiera escuchan.
He aquí nuestro pedacito de tierra
A ti está dirigida nuestra ofrenda,
Esta danza fértil de las siete cuevas del conocimiento.
Madre de las sierpes, protege a estas niñas en las sombras.
Y que ni tlacuache, zanate, lagartija, ciempiés, mosca u hombre deshonesto,
Vengan a asomarse siquiera a los bordes del inframundo,
Piérdeles la conciencia si esto sucede,
Que para ellos no vuelva a llover en sus tierras,
Que se les pudran las manos si tocan la coa.
Y sus voces se extravíen dentro de esta cueva.
Cualquier intruso que pise este pedacito de tierra
Te lo ofrecemos de alimento.
Madre inferior de mandíbulas abiertas,
A ti está dirigido este profuso canto
Para que intercedas y contemples
A las hijas de la noche desprotegidas.  


Anónimo