martes, 25 de octubre de 2016

Labor de voluntad


En la ciudad no hay atajos, por lo que resulta fácil terminar rodeado ante lo desconocido. Una vez lejos del resguardo del hogar, cada quien realiza sus propios pactos con la calle: es de suma importancia saber dónde pisar, dónde escupir, dónde prestar atención, dónde no enterarse de nada; en la calle, a todas horas, realizamos ejercicios de sobrevivencia. Aun así, puede que choques con alguien, un semejante, al ingresar al metro o bajar del microbús. Afuera, las vivencias se relacionan de modos imprevistos. El desconocido te entrega una bolsa negra. Huye horrorizado. Piensas abandonar la bolsa antes de ser visto. Pero la curiosidad te corrompe más que el temor, y abres la bolsa para mirar su contenido. Adentro hallas un corazón, bombeando todavía. Te acercas a una patrulla estacionada en las inmediaciones, pretendes explicar a los uniformados cómo es que aquel órgano ha llegado hasta tus manos; ellos evaden cualquier explicación: por portar un corazón de ese tamaño en la calle, te han juzgado criminal. Mientras discuten a qué penal van a trasladarte, escapas, escabulléndote por los andadores, brincándote jardines y zotehuelas, hasta discernir que estás solo, huyendo de nadie. Llegas a la casa de tu chava, te exhorta a mostrarle aquello que traes en manos. Con cada mes de noviazgo ambos han fracturado los lazos de confianza. Aceptas enseñarle el corazón por evadir otra pelea. Ella piensa que eres un desquiciado, hoy más que nunca. Esta es la gota que derramó el tinaco. Ahora te acusa de asesino. Prohíbe que vayas a visitarla de nuevo. Por tu parte, también decides desaparecer de su vida. Piensas esconder el corazón en algún sitio, dispuesto a olvidarlo, como si se tratara de un bulto de joyas ensangrentadas, el corazón sigue bombeando. Pero algún día pretendes volver, desenterrar el corazón y adquirir la fuerza suficiente para entregárselo a cualquier desconocido.

Ulisses Luján Rodríguez



sábado, 8 de octubre de 2016

Cravan, el innombrable


Alphonse Lamartine asegura que: “No hay hombre más completo que aquel que ha viajado mucho, que ha cambiado veinte veces de forma de pensar y de vivir” (sic). Pero existen casos de escritores que optaron por desaparecer; eligiendo el viaje sin retorno. Sus países natales son irreconocibles ante sus ojos, saben que nunca estarán a tiempo de cambiar nada. Quizá, si logran escribir la obra que los supera, deciden esfumarse; el escritor intuye el final de su vida artística anticipadamente, por ello no sufrirá si ha escrito suficiente. 



     Arthur Rimbaud fue visto por última vez en Marsella, tras un prolongado retiro (sin indicios de escritura) en África. A Richard Hülsenbek, poeta dadaísta, quien tras un largo tiempo estuvo alejado de la escena, decidió ocultarse en New York. Vivió por décadas como un murciélago, antes de que el segundo oleaje dadá lo reintegrara al movimiento. De igual forma, contamos con la desaparición de Arthur Cravan –cuyo nombre real era Fabien Avenarius Lloyd, bohemio por encima de poeta, suicida impulsivo, peleonero falaz, arremetía contra quien se dejara–, aspirante a altos pódiums vanguardistas, no a través del arte sino de los golpes, aun siendo sobrino político de Óscar Wilde, nada de heredades iniciáticas, cero oficio, sin contar los terribles modales del estereotipo de un burgués que no escribe, pero vive para escribir. Bajo la sombra de Triztan Tzara, Hugo Ball y Richard Hülsenbeck, Arthur Cravan figuró como el innombrable –quizá debido a su risible temperamento– del movimiento dadaísta, una sombra, cuya actividad principal, irónicamente, consistía en dirigir la publicación de la revista Maintenant, a principios del siglo XX.
    Es preciso citar el documental titulado: “Cravan vs. Cravan” dirigido por Isaki Lacuesta, en el 2002. Un investigador estadounidense va tras las huellas del poeta, bajo la consigna de la curiosidad reveladora, y realza un viaje a diversas playas del Golfo de México, recorriendo los lugares donde Arthur fue visto por última vez, durante el año de 1918. Semejante a las circunstancias que rodean a los personajes de Roberto Bolaño en sus novelas, este filme pone al periodista frente a una tabla puzle, donde hubo alguna vez un escritor desconocido, un paradigma literario, que a veces prefería no escribir, sino vivir. “La experiencia como la escuela de los tontos”.


    Algunos aseguran que su carrera como boxeador fue la que lo orilló a desaparecer, sería pretencioso imaginar que se haya tratado de suicidio. La teoría más acertada apunta a un posible naufragio en las playas del Golfo de México, algunos fechan el suceso entre 1916 y 1918, nada es acertado en la vida de este hombre. Sufrió una humillante derrota frente al campeón mundial Jack Jhonson, sobre quien Arthur Cravan apostó descabelladamente una victoria millonaria. Aunque la pelea no se había concertado aún, ni tenía fecha como evento oficial, Arthur alardeaba, mofándose del campeón mundial en un par de ocasiones, y con ello, evidentemente, pretendía volverse famoso: ¿qué importancia tiene la poesía si logras obtener cinco minutos de fama en un cuadrilátero? Pretensión de cruzar los límites de la escritura y la vida cotidiana, fracaso total como escritor. Pero, como todo buen vanguardista, Arthur Cravan fue caracterizado por su personalidad arrebatada, alentadora de los pulsos artísticos, donde se volvía indefenso y adorable: una criatura terrible. Nadie halló su cuerpo; me limitaron a creer que continuó viajando, que inclusive se convirtió en un náufrago, para un dadaísta eso no representaría una tragedia.

Urginea Monterroso

lunes, 3 de octubre de 2016

Devoradores de flores

Hay seres que nacieron simplemente para destruir
Y quieren contagiar su felicidad a todo el mundo.
No les basta representar la oposición a la vida
Que viven recluidos, porque ya nada los conmueve.
Imposibilitados a amar niegan cualquier sentimiento,
El ruido los congestiona de promesas y maldiciones.
Son ellos pero están solos, diario esperan la muerte
Como si fuera un alivio para el mal que originaron.


Recto Ovíparo Mendoza