Evitando la hueva de medir esta novela por su grosor, juzgarla por su portada o peor aún, adularla a partir de algún sello editorial específico; adquiramos el tiempo para leerla, para apreciar La patología del ser en sus más profundas dimensiones; Los hermanos Karamazov de F. Dostoyevski, continúa teniendo la solidez de una obra primeramente humana y, por lo tanto, artística.
Gracias a sus tres protagonistas, esta
novela es capaz de conmovernos, reflexionar acerca de las cuestiones morales
más intrínsecas del ser humano. Sus personajes secundarios, acuden fieles a un papel de inquisidores; espíritus proscritos, atormentados y amorosos, que han
optado por abandonar su propia voluntad. El trío representa la sed parricida, saciada
sólo a través de la mimesis del dolor; sobre un clima perverso, donde ni los
inocentes pueden ocultarse de la agonía moral.
Más allá del crimen común, se logra
concebir un acto de fe, verdadero y riesgoso. Si a
Dostoyevski se le tacha de anti-anarquista, en Los hermanos Karamazov, parece exclamar un desafío a las normas sociales de cada ser humano, a la última estación del espíritu antes de lanzarse
al vacío. Sin interpretaciones: existe en esta novela un misticismo casi
fantástico, aunque el autor esté revolcándose en sus charcos realistas. En estas hojas aparecen pasajes bíblicos cargados de estridencia metafísica, anécdotas
coléricas, recogidas del fuego santo de los altares; elementos que atrapan al lector desde un primer
instante.
Existe un pasaje en la Rayuela de
Cortázar que evidencia a La Maga, siendo pésima para reconciliar gentilicios con los nombres de pila rusos en cualquier novela; si algo tiene ésta es que
su forma logra emitir una voz única, reconocible, intentando prevenir lo inminente: el crimen.
Los Hermanos Karamazov es sin duda una novela, digna de se clasificada como obra de arte, esta apreciación deviene, más allá de cualquier culto literario, antes o después de nuestros días, a la perennidad de la realidad mística que nos aqueja actualmente.
Los Hermanos Karamazov es sin duda una novela, digna de se clasificada como obra de arte, esta apreciación deviene, más allá de cualquier culto literario, antes o después de nuestros días, a la perennidad de la realidad mística que nos aqueja actualmente.
Gregorio Ruiz-Eñor
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