Menecio, hijo de Jápeto y Asia, caro al fuego de Cronos, era uno de los
titanes sublevados al trono de Zeus durante la titanomaquia. Un día este gigante
se encontraba tirado en los valles del río Viosa, cuando comenzó a escuchar el
melodioso flautín de un aeda componiendo a la lejanía. Mientras se encontraba
deleitado por aquella parafernalia, el titán extravió su imaginación en las pasiones
más carnales, tanto fue así, que del otro lado del río divisó a Atenea,
bañándose con un grupo de mujeres. Al principio también Menecio dudó que
aquello fuera posible: ¿una diosa como Atenea, con la guardia baja? Pero en el
fondo del titán también se había fraguado un sentimiento más odioso que el mero
impulso de violarlas, de algún modo pensaba amar a cada una de ellas y cambiar
su postura frente a Zeus por haber creado tanta belleza. Cruzó el río y caminó
en dirección a las mujeres que reían y chapoteaban entre las aguas, pareciendo
un grupo de nereidas indefensas, ignorantes al cruel destino que se avecinaba. De
pronto, Menecio sintió su tobillo ser sujetado por una liana, la otra pierna
también quedó inmovilizada, tarde comprendió que aquello se trataba de una
trampa que lo conduciría al Hades. Cuando el cielo se desgarró, Zeus ya le había
lanzado un relámpago homicida entre las piernas. Aquella tarde, las corrientes
del río Viosa se bifurcaron, una de ellas se convirtió en el salvaje y
tempestuoso caudal del Drino, y la otra en las clamosas aguas del Aoos, donde juegan
las ninfas.
Gregorio Ruiz-Eñor
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