“Pivi”, “activo”, “cemento”,
“monas”, “pegazo”, “yonks”
Desde que tengo memoria, si no es
que ésta también empieza a sufrir de achaques, he conocido personas, la mayoría
de ellos jóvenes, que consumen activo, pintura aerosol, pegamentos u otro
derivado de químicos solventes, para estimular estados de conciencia. Estas sustancias
los vuelven adictos desde la primera inhalada. Hay incluso quien no supera el
hábito “de estar pegado” desde pequeño, a causa de una adicción irreversible; el
usuario experimenta constantes niveles de despersonalización. A la larga, las
monas son causantes de enfermedades respiratorias, enfisemas, taquicardia,
sinusitis. El abuso de sustancias odoríficas deja remanencias permanentes en el
cerebro, resacas, intensos dolores de cabeza. Los usuarios bajo este efecto
presentan comportamientos incongruentes, que van desde el simple desapego a las
normas sociales, la falta de atención o fijación de metas personales,
ralentización y descomposición del sistema motriz, hasta enfermedades en la
psique. Padecimientos muy semejantes a los que también el alcohol, en exceso,
provoca. Si es sabido (y en estos días aún más, pues existe mucha información
al respecto) del irreversible daño que producen, ¿por qué los jóvenes siguen
utilizándolos?
“Vas sintiendo calorcito. Te
vuelves fuerte. El aire huele a rosas mientras navegas al infinito”
Creo que esta respuesta es un poco
difícil de concretar, si no profundizamos en la genealogía del uso de inhalantes.
Comencemos primero con la procedencia y el inicio, que datan desde la
antigüedad, pasando por diversas etapas que me gustaría retomar a lo largo de
la historia. Parafrasearé a continuación.[1]
Como es sabido, las civilizaciones
antiguas han compartido muchas características en común, y la alteración de estados
de conciencia no es una excepción: los antiguos mesopotámicos, entre ellos
sumerios y babilonios, aspiraban humos de resina e inciensos para obtener un
contacto directo con la divinidad; así mismo los griegos, cuando solicitaban alguna
revelación a los oráculos situados en Delfos o Dodona; aspiraban humos
concentrados de incienso, y mediante ellos
una declaración divina era pronunciada. Debemos añadir a estos ejemplos el caso
de los antiguos mesoamericanos. A través de vaporizaciones de plantas
medicinales, dentro de un temazcalli, los penitentes entraban en estados de
conciencia alterada, donde hacían contacto con las fuerzas naturales que los
proveían y dañaban, dependiendo su función; sin contar los complejos rituales
que también realizaban frente al humo. Actualmente los santeros y curanderos
africanos emplean aromas, humos y vapores, para inducir trances en personas.
Otro dato interesante que nos
revela el uso de inhalantes a lo largo de la historia, es su semejanza con el
alcohol. Los analgésicos y la anestesia, en la medicina moderna, fueron las
primeras funciones del éter. Durante mucho tiempo se ha utilizado el tolueno con
finalidades pictóricas y textiles, desde esmalte de uñas hasta grasa para
zapatos. Al popularizarse el estado alterado que provocaban estas sustancias,
fue que comenzó el abuso y comercialización desmedida. Tengo conocidos que afirman
que estar chemo es disfrutar de una instantánea borrachera, cálida y efímera,
pues el efecto dura a lo mucho media hora. En períodos críticos uno llega a
alucinar, a sentirse como desapegado del cuerpo. Por ello no me sorprende que
en la época de prohibición en Estados Unidos, por ahí de los años 20, los
inhalantes hayan sido el sustituto ideal para el alcohol. Generaron sensación
por un producto exequible en el mercado; la prohibición sólo aceleró su consumo.
Primero fue la divulgación de los efectos del cloroformo, éter o tolueno, no
como compuestos químicos en la elaboración de detergentes, perfumes,
combustibles o diluyentes; sino como en la antigüedad: para inducir efectos
psicoactivos.
Ahora bien, no es lo mismo doparse con
resinas, plantas e inciensos de origen natural, que con soluciones químicas,
potenciadas en laboratorios especializados. La forma en que el ser humano se
droga parece ir modificándose a lo largo del tiempo, igual que sus
intencionalidades y modos de vida. Si tomamos enserio el papel de los inhalantes
como práctica en la vida religiosa de las personas, no hay mejor ejemplo que el
de los chavos actuales, cargando un San Judas Tadeo en una mano y en la otra
una bolita de papel higiénico empapada de pivi, moneándose a modo de ritual
eclesiástico. Singularidad, con apariencia de prohibición, gracias a una
iglesia católica que lo remunera a través de la ignorancia.
“La última inhalada y seguimos
inhalando…”
Entonces, si nos hemos remontado a los posibles orígenes del uso de solventes con fines recreativos, notando que su uso, aparte de nocivo, resulta mediático, y éste beneficia a las autoridades del estado. ¿Sería posible definirlo como un problema social? Sin duda alguna, pero no actual, mucho menos jerárquico, sino general y degenerativo. La adicción a cualquier sustancia a lo largo regulariza y destruye al consumidor en diversas etapas. Aun después de los años 60, donde se pensaba que sólo los marginados, los pobres, individuos pertenecientes a las clases bajas, eran los únicos que recurrían al uso de inhalantes como vías de escape. Me sorprende ver cada vez más jóvenes, incluyendo docentes, ricachones, o poseedores de una estabilidad familiar óptima, sumergidos en esta práctica; la ebriedad desde donde se mire. El PVC no me asusta más que el alcohol, la marihuana o cualquier otra sustancia que se utilice para lucrar con los estímulos; me impresiona ver cómo el abuso de inhalantes ha terminado por marcar a toda una generación, sustituyéndole deseos, inutilizándola.
Entonces, si nos hemos remontado a los posibles orígenes del uso de solventes con fines recreativos, notando que su uso, aparte de nocivo, resulta mediático, y éste beneficia a las autoridades del estado. ¿Sería posible definirlo como un problema social? Sin duda alguna, pero no actual, mucho menos jerárquico, sino general y degenerativo. La adicción a cualquier sustancia a lo largo regulariza y destruye al consumidor en diversas etapas. Aun después de los años 60, donde se pensaba que sólo los marginados, los pobres, individuos pertenecientes a las clases bajas, eran los únicos que recurrían al uso de inhalantes como vías de escape. Me sorprende ver cada vez más jóvenes, incluyendo docentes, ricachones, o poseedores de una estabilidad familiar óptima, sumergidos en esta práctica; la ebriedad desde donde se mire. El PVC no me asusta más que el alcohol, la marihuana o cualquier otra sustancia que se utilice para lucrar con los estímulos; me impresiona ver cómo el abuso de inhalantes ha terminado por marcar a toda una generación, sustituyéndole deseos, inutilizándola.
Existen algunos Monosos de un potencial
intelectual sumamente desarrollado, aunque sean incapaces de llevarlo a cabo. Son
excelentes seres humanos, reflexivos, sensibles, ingeniosos y muchas veces
incomprendidos, pues por más ideas que intentan compartir con el oyente, su dicción
oral, debido al abuso del activo, ha terminado por atrofiarse. Lo que no logro
precisar es: ¿Acaso el uso de inhalantes, en algunas personas, provoca efectos
favorables en su conducta, y no como los estereotipos sociales los han juzgado?
No tengo una respuesta clara aún para esto. Lo que sí sé es que no he conocido chemos
que haya dejado la mona, como tampoco un alcohólico suelta la botella de la
noche a la mañana.
“En cierta ocasión me encontré con un
amigo. Siempre se distingue por traer el aroma a PVC, impregnado como loción
corporal. Me pidió prestada mi guitarra y caminamos a lo largo de una avenida
principal, alrededor de veinte minutos, los cuales él aprovechó para entonar
unas rolas de los Caifanes, Reik, Banda Bostik, entre otros éxitos populachos. Sorpresa:
en varios establecimientos le dieron propinas de cinco a diez pesos, pues en
verdad, el bato interpretaba excelentes canciones. Al término de la calle, yo
le pregunté: ‘Y bueno, ¿qué vas a hacer ahora con el baro?’, a lo que él me
contestó: ‘Iré por otras yonks”.
Nastero Olvido
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